Tras años de escuchar chistes sobre las películas de Woody Allen he ido viendo algunas, aquí y allí, sin ninguna regularidad, pillándolas cuando uno menos espera en la televisión y poco más. Alguna en el cine, si me pillaba el estreno con dinero en el bolsillo. No paso así con la última.
Y la verdad es que siempre me han encantado, de lo ameno a lo fascinante y por supuesto hilarante, nunca defraudan. Pero aún no me habían hecho peregrinar sistemáticamente hasta cada estreno.
Hasta hoy, por lo menos.
Si en la Rosa Púrpura del Cairo, una de mis favoritas, Allen reflexionaba sobre el cine como escapismo, la realidad secundaria de la ficción capaz de imponerse, al menos mientras dura la proyección, a la realidad principal, en esta ocasión la moraleja es similar, solo que contada desde el punto de vista del creador/escritor/guionista.
El argumento se centra en un escritor que, de vacaciones en Paris, viaja mágicamente en el tiempo a los míticos años veinte en los que convive con sus ídolos, los creadores que el mismo admira y que se convierten en críticos de su obra...¡y de su propia y gris vida!
Allen hace el canto definitivo a los creadores, a cualquier persona con ambiciones creativas, y a la capacidad de estos de sobreponer sus mundos a este en el que vivimos.
La literatura bien entendida empieza por uno mismo, podríamos decir. Es en el mismo intento que tenemos por entender y poner orden y significado en el mundo que vamos formando la propia realidad en la que nosotros habitamos, de la que se desgranarán, si uno es con suerte tan prolífico como Allen, las diferentes obras, películas o libros. Hay gente que sólo se pone un mismo vestido, hay personas con enormes fondos de armario.
A pesar de que Allen es siempre el protagonista de sus films, aunque su personaje sea interpretado por otros actores como en este caso, con la misma verborrea tartaja y dubitativa, es absolutamente envidiable la capacidad que tiene este hombre de producir desde entrañables comedias a absolutas obras maestras que conllevan las más profundas reflexiones, como es el caso que nos ocupa.
"El creador no sucumbe al desespero. Se alza frente a la angustia del sinsentido de la existencia ofreciendo una mejor opción". Algo así dice en la película.
Allen, aunque escribe como humano que es con renglones torcidos, pone derecho al Mundo. Le enmienda la plana a Dios. Algún día la realidad será como Allen la concibe.
El arte como consuelo último y único, lo verdaderamente humano.
Y la soledad del artista, ser singular, que al menos mientras dura esta película, departe entre iguales ya difuntos de la manera más natural, sin que nos choque el realismo mágico, puesto que todos convenimos que el mundo debería ser así.
Y por supuesto un canto a París, a todas las ciudades, a todas las medianoches y al "París" personal de cada uno, que tenemos que encontrar, que tenemos que construir.
Y si somos sumamente afortunados, encontraremos como el protagonista, alguien con quien compartirlo.
5 comentarios:
Película que fui a ver hace ya un tiempo sin grandes expectativas, y me maravilló. Siempre me ha gustado Woody Allen, sin más, pero esta me sorprendio para bien.
Qué sublimemente melancólica encuentro la película! Agridulce, como la conversación que tienen Owen Wilson y la increible Marion Cotillard cuando se despiden.
Me encantó la reflexión sobre la idealización del pasado, y la necesidad de dejar que los ideales sigan siendo ideales. Hacerlos realidad sólo hace qué pierdan lo que les hace de verdad valiosos.
Saludos desde París!
A esta le tengo ganas, salvo honrrorosas excepciones, las películas de Woody Allen son geniales, y no suele vestir nadie de cuero y llevar armas.
De Woody Allen, y sobre la creación artística (entre otras cosas), os recomiendo “Un final Made in Hollywood” (Hollywood Ending, en el original). Muy divertida, con muy mala leche en ocasiones, y una de las películas que recordé viendo Midnight in Paris (la otra fue La rosa púrpura de El Cairo)
Uno de mis directores preferidos aunque confieso que los últimos años le veí a con más inercia que gusto, me lo sé tan bien que difícilmente me sorprende. Y sin embargo esta última película lo volvió a hacer. Qué buen rato de cine tuve.
Woody, realmente, sólo ha patinado, y bien, en la infumable Vicky, Cristina, Barcelona. Mentalmente, la he sacado de su filmografía.
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