Esta visto que, según las últimas producciones de aventuras espaciales, el hombre no está precisamente hecho para la conquista del espacio y otros planetas.
Desde que el Apolo XIII llamó a Houston para decirle que tenían un problema, todo son penalidades para las tripulaciones de astronautas.
Y a pesar de que a mi no me gusta ir a pasarlo mal al cine, la manera en que Ridley Scott narra las desventuras de este astronauta haciendo de Robinson Crusoe en Marte cuenta con una agilidad, optimismo y hasta épica que hacen que las más de dos horas de metraje pasen sin sentir.
Y una y otra vez, a pesar de que era consciente de que tanto como las penurias como los triunfos pertenecían a la ficción, me encontraba con lágrimas en los ojos, tanto por la pericia del superviviente como por el esfuerzo conjunto de los grandes actores que le dan la réplica desde la Tierra.
Quizás no conquistando la última frontera, pero es bueno que nos recuerden el valor de la colaboración, de la templanza, y de la voluntad para triunfar ante condiciones adversas.
Se pasa un poquito mal, pero yo lo agradezco: De adolescente quería ser astronauta. Ya no.
PS: La magnífica ilustración es obra de Javi G. Pacheco.
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