Con aquella borrachera que llevaba Arrabal en su mítica aparición en el programa de Sanchez Dragó, los dionisiacos efluvios le impidieron terminar de contarnos que, tras el Mileniarismo, lo que iba a llegaaaaarrr era el
Apocalipsis. ¡Ea, pues ya lo he dicho yo!
Quizás la ausencia en los cielos de “ángeles de fuego con espadas también de fuego” (como anunciara un televisivo vidente, no por casualidad granadino) les haga creer que estamos exagerando.
Pero cualquier estudioso de los Signa Judici -los Signos que anuncian el Jucio Final- de la altura del Padre Berriatua, podrá ver desfilar a Grandes Rameras -y Rameros-, Falsos Profetas, Dragones Coronados, Bestias Marinas, Estrellas Caídas y demás fauna apretando cualquier botón del mando a distancia de la televisión. O si como yo, ya ni la encienden, prueben a echar un vistazo
Tik-Tok. Si tienen c...
Faltaba el Anticristo, y desde el pasado viernes lo tienen ustedes en la serie de dibujos animados para adultos Pobre Diablo de HBO MAX, que ya se alza a los primero puestos de audiencia entre las ofertas de esa plataforma -que como saben, pertenece a Warner, también propietaria del Snyderverso, todo encaja.
Han tenido que ser mis admirados paisanos,
Joaquin Reyes y
Ernesto Sevilla quienes, con esa franqueza albaceteña, se quiten la careta y desvelen en esta continuación no oficial a
Rosemary's Baby que es lo que está pasando en realidad en nuestro mundo mientras los medios oficiales nos distraen con la separación de Shakira y Piqué, Putin y su botón rojo, los platillos volantes o los asteriodes que siempre se aproximan pero nunca acaban de colisionar con nuestro planeta.
Dirigida por Miguel Esteban, tras tan arcangelical nombre y apellido evocador del fundador del martirologio suponemos que se oculte Baal, Moloch o cualesquiera otro de los capitanes de cohortes infernales.
La animación corre a cargo del estudio granadino
Rokyn, capìtaneado Francesca Nicoll y mi amigo Manuel Sicilia, con quien tuve el placer de colaborar en
El Lince Perdido y
Sir Justin y la Espada del Valor.
No hablaré pues de su labor para no perder la objetividad, pero si quiero añadir que, a pesar de trabajar ocho días a la semana, el director creativo de esta serie todavía encuentra tiempo para cogerme el teléfono y soportar mis lamentos sobre el siempre penúltimo plan de DC Studios, universo que sufre sus particulares apocalipsis, y los seguirá sufriendo, pero ya les digo: después que el nuestro, que está ya en marcha.
La serie está creada a imagen y semejanza -o deformado remedo luciférico, como gusten- de actuales éxitos como
Rick & Morty o
Family Guy. Yo, que en ese campo me quedé como en la tercera temporada de Los Simpson, no conozco de ellas más que la frase que versiono en el titulo.
Seguramente de ahí heredan muchos aspectos, no siendo el menor de ellos la crítica social, tema que en la actualidad -lo poco que dure ya esta- da para tantas temporadas y más como auguran sus los resultados de audiencia.
Maleados que ya estamos -es lo que toca- nos preguntamos si es por esa crítica, humor, referencias a la cultura popular y cameos de famosos por lo que la gente se ha lanzado en masa a verla, o bien semejante record se debe al sacrificio secreto de niños baptistas a entidades lovecraftianas -Alan Moore
dixit.
O simplemente a la adhesión de cuanto adorador del Lado Oscuro camina sobre la Tierra, a los que la conclusión de la serie de Obi-Wan había dejado huérfanos estos últimos meses.
Sea como sea, cualquier producto de HBO MAX que disuada a sus suscriptores de ponerse a ver Black Adam, nosotros lo consideramos, como el secretario de Schindler, el Bien Absoluto.
A Satán el niño le ha salido “rana”: Stan -que entiendo es una referencia a Stan Lee, a quien ya relacionaron en los años setenta con el satanismo de Anton LaVey y al que ahora sus biógrafos pintan con cuernos y cola- se revela -de casta le viene al galgo- contra los planes de su padre y quiere ser cantante de musicales. ¡Sin pasar por
Operación Triunfo ni nada, nótense sus espectaculares poderes ctónicos!
Nos fascina de tal manera ese edípico conflicto paterno-filial -pocas cosas más satánicas que negar la singularidad de tu retoño, convirtiéndolo en una extensión tuya y haciéndole cumplir la vida que tu no lograste protagonizar- que el resto de personajes y tramas casi nos resultan superfluas, aunque el cast de la serie coral va ganando con el paso de los episodios.
En esta serie los diablos hacen maldades, si, pero burdas. Las verdaderamente luciféricas, las miltonianas, las hacen los humanos.
Si Dante volviese a la vida reformaría los nueve círculos infernales convirtiéndolos en los puestos de trabajo de los personajes que pasean por la serie: aspirantes a actores de día -chaperos de tarde y noche-, riders, freidores de pollo frito y demás aciagos destinos de fabricación exclusivamente humana y que nos hacen poco a poco “abandonar toda esperanza” aún a los que ni siquiera a ellos tenemos acceso.
En mi caso ha sido el último episodio el que me ha llevado a la carcajada cuando Stan piensa seguir los pasos de un cantante -que aún en su ocaso, molaba mazo- interpretando cierta setentera ópera rock.
¡Satán a encontrado la horma de su zapato y a esto es a lo que Gaiman llamaba “dar al diablo su merecido”!
La temporada concluye con el cliffhanger de todos los cliffhangers, y a mi me queda la duda de si la siguiente la veremos e
n HBO MAX o ya, directamente, en nuestra realidad.
¡El que tenga oídos, que oiga, y el que tenga cable, que la vea!
Y vayan ustedes “cerrando tramas”, por que esto se acaba. ¡Antes que la serie!