La nueva película de Tarantino son, en realidad, dos cartas de amor.
La primera, a la naciente televisión de los años 60, con sus vaqueros, espías, superhéroes...
La siguiente a Sharon Tate, la actriz que fue una de las víctimas de los asesinatos de la secta de Charles Manson hace ahora 50 años.
DiCaprio y Pitt dan vida a un par de amigos y colaboradores, el uno es un actor de cine venido a menos que se va ahora encasillado en papeles de villano en las series de TV, situación que lo impulsa más y más hacia abusar del alcohol.
El otro es su doble de acción, aunque se ha convertido además en su chófer y "goffer" ya que la misteriosa muerte de su mujer sembró una sombra de duda sobre el en el ambiente hollywoodiense, y tampoco le dan trabajo.
Es a través de sus ojos que el director nos muestra el ambiente del artisteo en la ciudad del cine de hace cinco décadas, recreándose en los momentos más ridículos de la vida de estos -y tantos otros- actores venidas a menos.
De manera contrapuesta, Margot Robbie como Sharon Tate representa toda la magia del cine -particularmente el que se hacía por aquel entonces- encarnada en una especie de ángel o musa.
La casualidad querrá que el par de dos sea vecino de la malograda actriz y que el personaje de Pitt acabe en el rancho -antiguo plató cinematográfico- que servía de base a la secta hippy de Manson.
..."Y hasta aquí puedo leer."
Digamos que el cruce de sus personajes con los eventos históricos tendrá unos resultados explosivos como solo Tarantino podría ofrecernos.
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