miércoles, 5 de diciembre de 2018

SUSPIRIA: LOS TERRORES DE LA SEÑORITA ROTTENMEIER

Tengo que disculparme pues, no habiendo visto la versión original, no puedo evaluar que tal ha salido este remake del clásico de Argento.

Una joven americana llega al deprimido Berlín de los años setenta para unirse a una exigente compañía de danza femenina.


Pero como pueden suponer los espectadores, detrás de esta se encierran oscuros secretos, unos que pronto nos son sugeridos por una desequilibrada bailarina que intenta abandonar el grupo y, confesándolos a su anciano psiquiatra, desaparece misteriosamente poco después.


La verdad es que el valor de la película es eminentemente estético, no se trata de un terror de sangre y vísceras sino psicológico.

Cualquiera de nosotros revivirá nuestros más oscuros temores a las viejas maestras del cole, institutrices severas o ancianas trastornadas que con el descaro e inocencia infantil llamábamos alegremente "brujas".


No dan miedo sus poderes y rituales, sino el secreto, la dominación, la conspiración alrededor, las traiciones, los susurros, la insoportable sensación de haber dado con un secreto que no van a permitir que divulgues.


Dan, en definitiva, más miedo ese grupo de viejas lesbianas -suponemos, aunque el tema sexual es a penas sugerido en la cinta-, sean brujas o no, el depresivo ambiente de Berlín, sus inviernos, los antiguos y vacíos edificios, que la parte sobrenatural que solo cobrará importancia en el clímax.


Curiosamente, la cinta es quizás la mejor adaptación de LA SAGA DE FÉNIX OSCURA de los X-Men que vamos a ver, tratando coincidentemente como una poderosa pelirroja es corrompida por una secta oculta para alcance el "zenith" de sus poderes.


La gran idea de la cinta es conciliar los aquelarres de esas brujas con el arte de la danza -y hacerlo con gran belleza visual- como sin duda estuvieron unidos en la Noche de los Tiempos, cuando esos cultos femeninos campaban a sus anchas.

No obstante, la teología demoniaca presentada en la cinta, y que promete secuelas, nos resulta un tanto vacua y superficial, aunque solo sea como McGuffin.

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