Arranca tratando el tema de la soledad, y anticipándose a algo que sabemos que pronto llegará: los robots de acompañamiento.
Uno así se consigue el perrito antropomorfo -en un mundo de animales que lo son- protagonista, pensando que solventará sus problemas de soledad.
¡Pero, ay, si la gente ya se enamora de las AIs -y nos extraña, pues suelen ser más corteses y hasta simpáticas que la mayoría de los humanos- el perro quedará prendido de su acompañante para -sin spoilers- verse irremediablemente separado de el durante casi un año.
Homenajeando la vida en New York, que el autor sin duda ha disfrutado en toda su extensión y variedad, la película luego se divide en la trama del perro por intentar recuperar al que cree el amor de su vida, mientras que este vive su propia suerte de aventuras, y siente, milagrosamente, las mismas ansias de regresar con su comprador.
Un canto a la vida, sus devenires e injusticias, que apunta a un final en tragedia, cuando el robot encuentre que ha sido sustituido por un nuevo compañero.
"Y hasta ahí podemos leer".
Una muestra de cuantas y cuan diferentes historias se pueden narrar con la animación, como decimos para públicos que buscan otra cosa que el cuento de hadas, la comedia desmadrada o ese empeño en resolver complejos de Edipo en animación que tienen los productores actuales.
Una moraleja que invita a disfrutar cada momento de la vida conociendo a nuevas personas que lo enriquezcan a su manera.
"La mancha de... grasa, con quitamanchas se quita." El tiempo todo lo cura, hasta la herrumbre, parece.
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