Un buen rato tardé yo en darme cuenta de que la policía alcohólica y vapuleada por la vida que protagonizaba el filme era en realidad la actriz bajo un maquillaje que viene a señalar que la vida la ha arrollado en la última década o más.
La razón se revela en flashbacks mientras investiga un misterioso asesinato del que ella parece conocer las claves:
Sheriff local, se infiltró en una banda de atracadores con otro agente -al que interpreta Sebastian Stan- y algo acabó saliendo muy mal en sus planes.
Ahora el atracador ha vuelto y parece desafiar a la policía a que lo detenga esta vez. En realidad la historia entre ellos es aún más compleja.
Así, nuestra agente se lanza a una espiral de destrucción y autodestrucción por intentar enmendar los pecados de su pasado.
Para más INRI, su hija adolescente, que vive con su ex-pareja, esta siendo cortejada por un malote cachitas que amenaza con joderle la vida tanto como lo está la de su madre.
Muy interesante la estructura narrativa de la película, con los continuos flashbacks que van ofreciendo piezas para que completemos el rompecabezas de cómo llegó la prota a ser esa piltrafa obsesionada.
También se cuestiona, claro, el papel de la Policía y la moral de sus miembros, tantas veces indistinguible de las personas a las que persiguen.
Un tanto simplista al final, pero ofrece materia para pensar.
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