Para mi sorpresa, a pesar de haber visto ya la película, he devorado las 450 páginas en un par de días, y eso que el alpinista alemán que lo protagoniza comienza diciendo que no posee ningún talento literario y solo recoge los hechos que vivió junto a su compañero de aventuras.
Para quien no lo conozca, se trata de dos escaladores alemanes que, apresados en la India tras una expedición al Himalaya en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial por el Imperio Británico, huyeron del campo de concentración refugiándose en el Tibet, por entonces un retrasado país absolutamente xenófobo donde los extranjeros tenían prohibida la entrada.
Con tretas y mentiras y repetidos intentos, que en el libro están contados con todo detalle, los aventureros consiguen adentrarse en el país y llegar hasta Lasha, donde por fin son más o menos tolerados e incluso admirados por la nobleza.
Una experiencia sin igual e irrepetible, ser de los primeros occidentales en penetrar los secretos de esa sociedad, cuya atrasada vida -descrita en todos sus aspectos- nos resultaría a los lectores actuales absolutamente intolerable.
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