La traducción corre a cargo de Luis Alberto de Cuenca, premiado repetidamente por esa labor y conocedor, como pocos, del mundo Artúrico y sus ediciones, entre las que por supuesto posee la original ilustrada en la que se basa esta.
Belleza literaria, poética, artística y bibliófila.
Así el propio libro se convierte en un objeto mágico entre cuyas páginas no solo volvemos a Camelot sino a nuestra idealizada infancia, en donde la fantasía y todos estos mitos recobran todo su poder arquetípico.
Animado por el detallado análisis del poema, me aventuro a destacar algunos motivos interesantes, que pueden conducir, como las aguas del rio, a Camelot o a rincones no menos fantásticos:
La mujer que pasa el tiempo tejiendo, PENÉLOPE EN ÍTACA, es siempre figura de la realidad espiritual que espera al héroe triunfador tras librarse de los encantos del mundo material.
La imposibilidad de mirar al mundo real, solo verlo reflejado, so pena de muerte, aparece en la historia de Perseo y Medusa, cuya mirada quizás es la que petrifica, de lejos a la Dama.
No ver el mundo real, o mejor dicho, morir por querer verlo y experimentarlo es, en resumen, de la CAÍDA del Hombre y la pérdida de sus potencias angélicas (que quedan durmientes, como el propio Arturo, en espera de ser recuperadas).
El avistamiento y seducción de los Caballeros y el deseo de seguirlos a la aventura es igualmente comienzo del inicio de las aventuras del ignorante Parsifal, que los confunde con ángeles al no tener idea, por la sobreprotección de su madre, de cómo es el mundo real, que también se lanza a experimentar.
La Dama agonizante en la Barca que surca el río nos remite así a Osiris, encerrado en su ataud y lanzado al Nilo por su usurpador Set, un sueño del que como sabemos acabará despertando para engendrar a Horus, su vengador, y reinar sobre el Mundo de los Muertos.
Por último, el reconocimiento de la belleza de la dama por los caballeros de Camelot nos devuelve a Sigfrido, conociendo el miedo -apurando el cáliz la vida hasta sus heces- al descubrir la belleza de la durmiente Brunhilda, también caída y encerrada por la particular "maldición" del Anillo.
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