Estuve hace unas semanas en una de las últimas funciones en Madrid de esta obra de "El Brujo". Quizás no me desternillé tanto como en su día con su Lázaro, pero no teman, sus gracejos siguen estando ahí.
Eso si, además me encontré con una inesperada lección en mística, alquimia e interpretación de las Sagradas Escrituras.
Increíblemente, Basándose en textos de Mario Saz, Rafael Álvarez es capaz de ilustrar cuestiones tan bizantinas como el sentido de textos tan simbólicos y poco terrenales como el Evangelio de San Juan.
Y, entre broma y broma, lo hace con una capacidad didáctica que ya quisieran muchos, que ya quisieran teólogos y príncipes de la Iglesia.
Yendo al meollo de la cuestión, "El Brujo" -que nunca ha hecho más honor a su nombre- repasa con supremo respeto algunos capítulos del Evangelio, haciendo mofa de algunas absurdas situaciones, con la intención de que espectador se de cuenta de que estamos ante un TEXTO, un RELATO, algo escrito por manos humanas, QUIZÁS POR DEMASIADAS MANOS.
El relato no sigue ninguna regla narrativa, ni mucho menos biográfica: Es solo una colección de episodios, de parábolas, de pensamientos, en torno a la figura de Jesús, que probablemente tuvieron los más variopintos orígenes antes de ser reunidos en este "evangelio".
Un Jesús cuya importancia, claro, no radica en ser una persona historia, sino que seduce igualmente, o incluso más, como mero personaje literario de esta visión mística.
"El Brujo" consigue la gran magia de hacernos comprender entre carcajadas donde se haya el corazón inmortal del texto y del Cristo mismo, de La Palabra, que "era al Principio".
La Palabra sigue viva mientras alguien la pronuncie.
¡No se lo pierdan si gira cerca de ustedes, que girará!
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