Una rica heredera vive encerrada en una mansión por el maduro marido de su difunta tía, que planea casarse con ella y hacerse así con su fortuna. Obsesionado por los libros, mantiene una enorme biblioteca en la que la hace leer en voz alta sin descanso.
Pero un falsificador de libros que le ayuda haciéndose pasar por noble japonés tiene análogos planes para la heredera, casarse, manejar sus bienes y luego decir que esta loca y encerrarla en un manicomio.
Para conseguir que esta acceda a ellos mete a una ladronzuela de su confianza al servicio de la lacónica señora que le ayude a fructificar su relación.
Estos planes se complicarán cuando la relación de la oprimida e inocente señora con la doncella ratera no sea precisamente la planeada... ¡O si!
Y es que a mitad de película, cuando crees que la historia ha acabado, da marcha atrás para contarnos los mismos hechos, pero desde otro punto de vista, muy al estilo Rashomon.
Ahí es donde la trama de suspense e intriga cobra toda una nueva dimensión, pues descubriendo el espectador las escenas perdidas entre medias de lo que ha visto y nuevas relaciones entre los personajes, la historia cambia, cambia TOTALMENTE.
Además, la película refleja con una bella fotografía cómo era el reglado mundo de la Corea de 1930, y la singular mezcla de cultura inglesa y el estricto protocolo japonés, una mortal cárcel en si mismo.
Es así pues esta película un magnífico experimento narrativo que prueba más allá de toda duda lo difícil que es para las personas establecer LA VERDAD, y que esta puede muy fácilmente ocultarse a nuestros ojos si no estamos, muy, muy atentos.
De cómo mostramos al mundo la cara que nos conviene en cada ocasión, y de cuan sencillo puede ser que el que va a por lana resulte trasquilado, y el más inteligente engañado por otro aún más listo que el.
Esto debería tener incontables consecuencias vitales, legales, filosóficas... Todo por una trama de intriga con unas relaciones románticas por medio.
O eso parece al principio... Advertimos que se trata de una película compleja, para adultos, y que los orientales, ya se sabe, son un tanto pervertidillos para sus cosas.
Pero lo suelen ocultar a la perfección, como cada quien, y así ocurre aquí también.
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