La tercera aventura de Conan expande una de las escenas de La Torre Del Elefante, a saber, en la que el ladrón Taurus cae fulminado por la picadura de una monstruosa araña cuando ambos penetran a robar en dicho lugar.
Sobre esto Howard construye un "misterio de habitación cerrada", o de templo cerrado, cuando Conan es descubierto por los guardias de un templo en los que el sacerdote ha sido asesinado...¡Pero el confiesa que no ha sido, que solo había ido allí a robar!
Además de esta mezcla de investigación policiaca en un mundo fantástico, el relato destaca por desarrollar la personalidad de Conan, como el noble ladrón, profesional, fiel a su empleador, que sabe guardar un secreto, que solo revela lo necesario, y que solo corta cabezas de traidores y de la chusma que lo rodea esperando que la fuerza del grupo pueda con el león acorralado.
Se adivina quizás la influencia de otro Conan, Conan Doyle, y la aventura de Sherlock Holmes en The Speckled Band, donde también hay un ofidio que ronda misteriosamente las habitaciones dejando muertos a su paso. Un hecho este, el del animal venenoso que merodea, que se repite en docenas de historias de género de la época.
Si Howard concibió el mundo de la Era Hyboria en el anterior relato, ahora comienza a detallarlo, con esa Estigia obviamente al sur de la que todos los males y hechicería proceden, como trasunto de un proto-Egipto.
Howard no solo expande su mundo geográficamente sino históricamente, creando toda una historia para Estigia y para sus inmortales reyes que, recogido quizás de Herodoto, duermen ahora bajo las arenas.
Y más allá, antes de los Reyes estuvieron los dioses y su descendencia, un conflicto mítico que perdura y en el que Conan se mete de cabeza sin comerlo ni beberlo, solo persiguiendo un cáliz, cual Indiana Jones.
El relato introduce también a Toth Amon, el hechicero que acabará convertido en la némesis de Conan. Y es que a pesar de aborrecer la magia y a sus prácticantes, el DESTINO obra por mano de Conan para desbaratar sus planes.
No está por lo tanto ausente este relato del simbolismo hermético que venimos advirtiendo en los dos anteriores, no puede estarlo cuando el enemigo es una luciférica sierpe de cabeza humana que desciende de los Dioses y duerme, cual Kundalini, hasta que perturban su sueño.
Howard reinterpreta los mitos egipcios y convierte a Set en el dios serpiente y malvado primordial.
A el opone a "Ibis", que es el animal que encarna al dios Toth, no por casualidad uno de los elementos que dará luego lugar al Hermes Trimegisto de tiempos alejandrinos.
1 comentario:
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