Este relato, magníficamente narrado para ir dando pistas al lector sobre la verdad sin llegar nunca a nombrarla, no deja de tener también un cierto tono humorístico -algo que uno no esperaría en Lovecraft- para quien se fuera figurando lo que en realidad ocurría.
Un tema Lovecraftiano que aquí se inicia es el de los viajeros/exploradores (en este caso, de la más desconocida África) y esas desagradables pero tentadoras sorpresas que se encuentran por aquellos andurriales.
A veces, lo que se encuentran, son otras razas y otros seres, con los que acaban emparentando, y dejando ciertos atavismos dentro de su rama familiar, véase si no los habitantes de Innsmouth.
Así que tenemos al aventurero noble inglés que -muy en la onda de Allan Quatermain- descubre una antigua civilización, hecho que acabará marcando a todos sus descendientes, y no precisamente por su sangre azul.
Una momia de un gran simio acabará por desatar el desastre una vez el último heredero termine por juntar las piezas del puzzle que unen los descubrimientos de su antepasado con la fama de reclusos de muchos de sus parientes o las extrañas habilidades y apariencia de otros de los mismos.
¡Y hasta aquí puedo leer....!
Un relato que seguro que conoció Phillip J. Farmer y que luego versionó, a su manera en su recreación de la biografía de cierto Lord Greystoke.
Y es que hay amores que matan...
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