Sufriendo bullying desde una temprana edad, y aprendiendo de su padre el amor por los grandes cantantes americanos de la era anterior, la vida de Robbie comenzó a torcerse con el abandono del hogar de su progenitor, empeñado en perseguir una muy discreta carrera como imitador de todas esas estrellas que llenaron el cine y la televisión americana de los años 60.
Proveniendo de una humilde familia trabajadora, su constancia y atrevimiento le consiguió ser seleccionado en una boy band, Take That, con toda la explotación y desaveniencias que ello implica.
Para perseguir su sueño de cantar sus propias letras no le quedó más remedio que "forzar" su expulsión, cuando ya contaba con varias adicciones.
Sabemos ahora que no fueron las -ingentes cantidades de- drogas las que pusieron su éxito en solitario en juego -al fin y al cabo, presentes en las carreras de tantas y tantas y tantas estrellas, antes, ahora y siempre- sino sus diferentes heridas y dolores que ni estas ni sus triunfos ayudaron a curar, convirtiéndolo en multimillonario avandonado por todos.
Escena de terapia de grupo aparte, la película, aderezada por oportunos números en donde se recuerdan sus grandes éxitos, no deja nada claro como consiguió superar sus miedos, más allá de enfrentarlos, armado de unas poquitas drogas más.
Si concluye la cinta con un homenaje a la labor inspiradora de su padre -y abuela-, al ritmo del incontestable My Way de Sinatra.
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