"¡Ay, Mísero de mi, ay infelice...!
¡Apurar, Cielos, pretendo,
por qué me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo!"
Así se inicia el -en otros tiempos, archiconocido- monólogo de Segismundo en la obra teatral de nuestro tocayo Don Pedro Calderón de la Barca.
Una sentencia que, en verbo menos florido, cualquier humano hemos pronunciado en más de una ocasión, cuando nos vemos presos de un fatal destino.
Como la inmensa mayoría del Teatro del Siglo de Oro, tiene un tema mitológico y por tanto un transfondo Neoplatónico, que mezcla dos niveles de realidad, en este caso la torre que encierra a Segismundo -prácticamente, podríamos llamar a la obra Prometeo Desencadenado, como la perdida conclusión de la obra de trilogía de Esquilo- y por otro el Reino de su Padre, en el que es liberado mientras duerme, creyendolo su vida como príncipe en palacio un sueño.
El castigo de ambos personajes representa a su vez el mundo material como cárcel del alma, y las cadenas, aquellas que, por la Caída, el Destino o por el Inconsciente, atan nuestra voluntad impidiéndonos regresar a nuestra realidad originaria, el mundo platónico o celestial.
Unos horribles signos astrales anunciaron al nacer Segismundo que, de reinar, se convertiría en el peor tirano, por lo que su padre, como tantos otros de los mitos, lo deshederó desde su nacimiento escondiéndolo en una torre.
De tamaño y genio descomunal, Segismundo recoge así la profecía anunciada por Prometeo de que un descendiente de la estirpe de Io -Hércules, su futuro libertador- destronará a Zeus de la misma manera que este lo hizo con Cronos.
Y hasta aquí podemos leer... Magnífica adaptación que conserva el verso y pone esta obra capital de nuestra literatura al alcance de toda una nueva generación de lectores.
"¡Que toda la Vida es Sueño y los Sueños, sueños son!"
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