lunes, 20 de abril de 2015

EL HORLA Y OTROS RELATOS, DE GUY DE MAUPASSANT

Continúo leyendo breves selecciones de relatos de terror lo que me permite "probar" diferentes modos y maneras de literatura con cada autor, aunque las influencias mutuas y los temas comunes llegan en ocasiones a ser inquietantes, como si todos estuviesen describiendo una misma realidad, desde diferentes puntos de vista.

Una de esas ideas que a Alan Moore le encantaría.


Ver un vampiro, demonio, zombie o licántropo debe dar bastante miedo. Pero lo cierto, todos lo sabemos, de ahí el éxito de estos relatos, es que pocas cosas asustan más que una PRESENCIA. Aunque sea invisible o intangible, un ruido, una sombra, una sospecha de que alguien nos acecha es mucho más terrorífica que el ataque de cualquier criatura sobrenatural, del que siempre te podrás defender a puñetazos o salir huyendo.

Este miedo a lo que nuestra propia mente fabrica, traicionándonos es el peor, y es un lugar común de varios de sus relatos.


Otro de los referentes del autor vuelven a ser los oscuros y densos bosques europeos, la naturaleza inabarcable e incontenible, sus elementos desatados, los lugares inhóspitos.

Los lugares que ponen en peligro nuestra supervivencia aterrorizan solo de pensar en las mil y una manera en la que nuestro frágil cuerpo o nuestra psique pueden agonizar hasta la aniquilación.


El Horla parece querer profundizar en el íncubo/pesadilla que pintara Füssli, y de nuevo vuelvo a levantar la mano si es que se pregunta quien ha sentido durante el sueño ese tipo de presencia que "te monta" y que los ingleses bautizaron tan oportunamente como "Yegua Nocturna", nightmare.

La literatura fantástica se convierte así en una especie de notario de las realidades humanas que la ciencia no ha explicado aún, quizás por falta de medios, quizás por que teme las posibles respuestas.


Al lado de todos esos terrores, relatos como La Mano caen dentro de los divertido, ligero y humorístico.


Más interesante es La Noche, en donde un noctámbulo habitante de París descubre aterrorizado que todo el resto de los parisinos han desaparecido, y la Ciudad de la Luz, deshabitada, lo es ahora de la Oscuridad...


Pero para miedicas como yo, siempre quedan relatos como La Muerta, en donde los difuntos de un cementerio salen de sus tumbas para borrar los falsos e hipócritas epitafios con los que sus deudos los recuerdan para escribir en sus lápidas la larga y verdadera lista de sus horribles, quizás cotidianos, pecados.

Y es que poco puede haber más temible que saberse rodeado en el día a día de pequeños, pero impenitentes malvados...

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