lunes, 19 de octubre de 2020

EL ALMANAQUE DE MI PADRE: LOS AÑOS PERDIDOS

No creo que a ningún aficionado a las novelas de Agatha Christie lo hayan mirado por encima del hombro por no interesarse en, no se, la poesía japonesa zen. 

 Pero dado lo reducido del mundo del cómic español, así como lo fanático de muchos de sus integrantes, los lectores que nos aficionamos al cómic principalmente a través del americano publicado en los años ochenta si hemos sufrido algo de "bullying" cuando, aparecidas las primeras novedades manga, no corrimos todos a atesorarlas con igual fruición que nuestros superhéroes.

 

¡Como si el hecho de estar compuestas con viñetas forzase que tuviesen que ser incluidas en la lista de compra mensual! 

 Pues bueno, han pasado los años y la curiosidad y la ocasión ya ha ido facilitando que abramos los horizontes voluntariamente y acabemos leyendo algunas de esas grandes obras del comic nipón que los más esforzados "predicadores" no dejaban de recomendarnos. 

 La mayoría de ellas, por el hecho de ser considerado clásicos universales, tampoco es que tengan nada singular que no se pueda encontrar en otras latidudes.

 


Hoy toca de reseñar una de esas grandes obras que en esta ocasión Planeta ha editado en formato de lectura oriental, para sentirse aún más singular (que es lo que sin duda buscaban nuestros conversos y proselitistas aficionados). 

 Narra la historia del hijo de un matrimonio separado que, traumatizado por la separación que ocurre cuando el era un niño, se va alejando de su padre en la edad adulta solo para descubrir a su muerte que desconocía realmente la historia de la pareja y el cariño y devoción de su progenitor.

 

Siempre he pensado que sería curioso si, como Marty McFly, pudiésemos visitar el pasado y conocer a nuestros propios padres y demás familiares antes de que estos lo fueran, esto es, antes de que se comprometiesen y formasen nuestra propia familia. 

 En todas nuestras vidas y familias hay una "zona temporal ciega" que no solo corresponde a la parte de nuestras infancias que no podemos recordar, sino a la parte de la vida de nuestros padres, por separado o ya unidos, que deliberadamente nos han ocultado en muchas ocasiones o, aún peor, nos cuentan de manera conscientemente censurada.

 

Verdades y eventos que, como ocurre con el protagonista, solo podemos conocer a través del testimonio de terceros, y en ocasiones demasiado tarde para que afecten en algo a nuestra relación con nuestros progenitores, que en muchas ocasiones, obsesionados con darnos una vida mejor y vivir a través de nosotros lo que ellos no pudieron disfrutar, son incapaces de reconocernos como adultos independientes o como iguales, no digamos ya sus superiores, si es que hemos tenido suerte de educarnos mucho más allá que ellos. 

 La cultura nipona, tan supresora de las emociones, colabora también en que el protagonista reniegue de unos sentimientos y memorias que aflorarán de nuevo en el entierro de su padre, descubriendo entonces que quizás no eran tan diferentes. 

Una excelente lectura que yo les recomiendo, pero sin avergonzar a nadie.

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