La secuela a La Llave de Plata se originó por la pasión de uno de los fans de Lovecraft, E. Hoffman Price, por saber como continuaba la historia de Randolph Carter, perdido en las Tierras del Sueño.
Es el quien escribe la primera versión del argumento, que luego Lovecraft extiende y recrea a su gusto, dejando prácticamente nada.
Hoffman era versado en Neoplatonismo, Hermetismo y Esoterismo, e incluyó estos ideales dentro de la historia.
Se confirma así mi teoría, que hemos mantenido en todos estos comentarios, de que Lovecraft no era en absoluto ajeno a estas filosofías, que están al fondo de su obra y que además obviamente se relacionó con otras personas de este tipo de círculos.
El propio Lovecraft confirma en el cuento que las historias que escribía su sosias Randolph Carter eran un reflejo de sus vivencias mágicas y espirituales, obviamente deformadas y diluidas al ficcionarlas.
El texto mezcla magia, sueños y ciencia-ficción como es natural en el autor. Pero sobre los viajes planetarios y las eras olvidadas sobresale la odisea espiritual, el viaje astral, el éxtasis místico en que el personaje acaba desencarnado y fundido, atravesando los diferentes niveles de la creación, con el Absoluto, reconociendo su verdadera naturaleza como una chispa de ese todo divino.
Encarnaciones y reencarnaciones en todo tipo de seres y planetas a lo largo de la Eternidad y un regreso a una de ellas que va mal y en la que el personaje queda atrapado y conviviendo con su otro yo en un cuerpo alienígena.
La idea del cuerpo como cárcel y de la Conciencia prisionera de pasiones o motivos psicológicos ajenos a ella están a la base de las mencionadas creencias espirituales.
Quizás desilusionado con su carrera y la tibia acogida de los relatos del Ciclo Onírico Lovecraft no parecía ya interesado en el personaje y sus aventuras.
Pero al menos lo estuvo lo suficiente para escribir este postrer capítulo para recalcar, como lo hizo Tolkien en Smith of Wooton Maior, que esta LLAVE es la que abre los misterios de su obra.
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