miércoles, 17 de febrero de 2016

DAGON, DE H.P. LOVECRAFT

He comenzado una muy necesaria y aplazada lectura cronológica de la obra completa de Lovecraft.

Tras unos cuantos relatos breves más o menos olvidables llegamos al primero que uno podría reconocer como obra del autor aunque no fuese firmado.


Tomando el nombre de un dios un antiguo dios mesopotámico interpretado a veces como un ser marino Lovecraft construye un relato que ya adelanta buena parte de lo que será su imaginería terrorífico/onírica/ancestral.


Un naufrago perdido en los Mares del Sur se duerme en su barcaza para despertar en un terrotorio de pesadilla que parece -pero no debe ser- emergido del fondo del Mar, como si una siniestra Atlantis regresase a la superficie, o abandonase ese subconsciente que representa para hacerse patente en la conciencia del desafortunado marinero.


Allí, en ese onírico paisaje, destaca un anciano monolito con arcanos grabados que representan criaturas marinas y pretéritos monstruos subacuáticos adorados por la siniestra columna.

Y allí emerge un terrorífico Hombre Pez, prototipo de otro mucho más famoso "pulpito" que duerme -o dormirá- en la sumergida R'lyeh a la par que pariente lejano de los "raritos" habitantes de Innsmouth.


Lovecraft no continuará inmediatamente este tipo de ideas, pero todos sabemos que acabará volviendo a ellas, y conviertiendo ese submarino monolito en la Piedra Angular de toda su literatura.

Y aquí es donde todo comienza, de manera oportunamente cataclísmica, apurada y abortada, como buen relato de terror y como buena visión siniestra del futuro.

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