martes, 20 de diciembre de 2022

EL HIJO DEL VIENTO, POR JOSÉ JORQUERA

Comentaba el autor en la multitudinaria presentación que había basado esta novela de fantasía en sus lecturas juveniles de la Dragonlance y similares sagas fantásticas. 

Pero que por supuesto, worldbuilding de lado, el había usado ese modelo para variarlo y sorprender con un grupo de personajes aventureros en los que no todos están de acuerdo con la misión que llevar a cabo y como lograrla.
   

La otra gran novedad del relato es que se inscribe dentro de la producción fantástica actual en la que los personajes, por fantásticos que sean, ya incorporan sexualidades alternativas -a la hetero-, permitiendo al autor basar esa parte de la narración en lo que el mismo ha vivido. 

La historia por tanto tiene sus hechiceros -de los que echan rayos de colores, los que a mi me gustan-, elfos, enanos, ciudades, objetos de poder y cuanto un fan de la fantasía pueda desear.
   

Como tuvimos ocasión de comentarle, a lectores clásicos como nosotros, que hemos crecido con obras prácticamente asexuadas como la de Tolkien nos queda la duda de hasta que punto la Fantasía, que parece por su género remitir a cuestiones no terrenales, puede incorporar esos avances -tan justos y necesarios- en el mundo real y que el resultado sea un todo sin fisuras. 

¡Sabemos ya que otros han fracasado de manera rotunda en ese empeño, por más que es inevitable que las producciones actuales reflejen los intereses, inquietudes, inclinaciones y variedad de la sociedad actual!
    

No nos queda más que felicitar al autor por conseguir tras tantos años de trabajo y reescrituras la publicación de esta primera novela -¡de 375 páginas!-, deseándole toda suerte de éxitos y que, como las historias que ha usado como modelo, la convierta en trilogía. 

Nosotros, cuando intetamos escribir una novela y, a los cínco capítulos, la abandonamos sin remisión. Así que nuestra más sincera admiración.
   

También estuvimos tentados en nuestra juventud por ponernos a leer cuanta saga fantástica llenaba entonces las estanterías. Finalmente no tuvimos ocasión de hacerlo y aunque en su día fue fuente de frustración suprema, hoy lo entendemos como una bendición. 

 El destino nos ha arrastrado por otros vericuetos literarios más clásicos y son esos caminos los que recomendamos tomar tanto al autor como a cualquier otro lector de Margaret Weis y compañía.

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