Como comentábamos hace unas semanas sobre el tema de Prometeo, aún los más temibles destinos, aquellos que buscan explicar la existencia del MAL en nuestro mundo, encierran en el fondo bendiciones ocultas. La tragedia resulta de nuestra incapacidad de percibirlas como tales o de enfrentar el oscuro camino por el que nos conducen.
Relatos como este de Gaiman -o el mismísimo Señor de los Anillos, donde Gollum, el lado oscuro del protagonista es conditio sine qua non para la propia derrota el "mal"- nos ayudan a comprender que los "demonios" que muchas veces nos animan tienen también un crucial papel en nuestro drama personal.
En el caso de este protagonista, un hombre lobo de apellido Talbot que reside ni más ni menos que en el Lovecraftiano Innsmouth, su licantropía lo convertirá a la vez en sacrificio perfecto para los Dioses Primigenios y en un agente del destino que, sin spoilers, no está allí por casualidad.
Gaiman nos refleja el duro y monótono día a día de este detective que tiene que convivir con su maldición, descubriendo que aquellos que parecen ayudarle en realidad están manipulándolo para sus propios fines.
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