domingo, 6 de febrero de 2022

FERNANDO MARÍAS: NOS HA DEJADO UN MONSTRUO

Descubrí a Fernando Marías hace unos años en un día lleno de actividades en torno a Frankenstein que organizó en Fundación Telefónica. 

 Y fue amor al primer relámpago.
   

Quede asombrado por su simpatía, humor, su capacidad para fascinar a la audiencia y trasladarnos como por encanto a su amada Villa Diodati con sus palabras. 

Conocí a sus colaboradores, los Hijos de Mary Shelley: Espido Freire, Lorenzo Luengo, Javier Olivares -y a su alter ego artístico-, Santiago Clariac, y siguiendo sus redes sociales disfruté de su infatigable labor como difusor cultural, viajando por toda España con Diodati se mueve, alentando a los jóvenes escritores con 2000 Románticos, analizando películas de cine clásico en su Instagram cuando llegó la Pandemia y sintiéndome uno más, aún desde la distancia, de esa comunidad literaria y artística.
    

Le solía enviar las noticias de cómics relacionadas con la Criatura y tuve ocasión de respaldar la interpretación de Lorenzo Luengo de que, no solo Frankestein había creado al monstruo con métodos alquímicos -por las obras de esa temática que cita el doctor- sino, iba yo más allá, toda la novela sigue dichos principios.
   

La criatura, figura del género humano, no es más que el lado oscuro de su propio Creador, por eso -como Gollum a Frodo- lo persigue a todas partes como una sombra, por eso, de manera Miltoniana, le echa en cara a su Dios que pudiendo crear un ángel haya creado un monstruo. 

 Y por eso, purificado de todo rastro mortal por las llamas de su pira cual Hércules, sin duda se alzó resucitado en las latitudes polares.


Pero para mi Fernando no eran nada lejano: vivía en la Plaza de Tirso de Molina, al lado de casa, y constantemente me lo cruzaba cuando salía a comprar el pan en Mesón de Paredes, gorra calada y gafas de sol. 
 
Tras el "primer final" de la Pandemia quedamos en que pronto tomaríamos un café y hablaríamos tranquilamente de Frankenstein y de todo cuando compartíamos, que era mucho, y que ahora descubro en las noticias de su defunción que, por supuesto, en realidad era mucho más, en la ficción y en la realidad.
   

En Noviembre le envié la reseña de Mary Shelley, Monster Hunter, un cómic que, mezclando a la Criatura con sus creadores -por que, lo siento mucho, pero la adolescente tuvo que tener bastante ayuda para lograr con 18 años semejante obra maestra- y le dije que se lo regalaría, sabiendo que lo iba a disfrutar y atesorar aún más que yo.

Antes de Navidad me mandó un mensaje excusándose por el retraso. Le estaban haciendo unas pruebas médicas. Covid, pensé yo. 
   

Tras las vacaciones le envié un mensaje para recordarle nuestra cita, cuando tuviese ocasión que ya no respondió. Será por la alta incidencia, pensé. 

 El lunes miré su Instagram, no actualizado, y me preocupé. Pero no quise molestarlo más. 

Le quería hacer llegar también un ejemplar de Graphiclassic, monográficos literarios en los que colaboro, que seguro ya conocía y que si no, le hubiese fascinado. Pensaba invitarlo a colaborar cuando tocase -que tocará, ahora en su memoria- hablar de la novela de Shelley.
   

Tentado estoy, Fernando, de robar tu cadáver en una noche tormentosa y reanimarte a calambrazos para poder tener nuestra postrer conversación. 

 Pero prefiero imaginarte junto a Percy, Mary, Byron y Polidori, tramando juntos nuevos terrores y fascinando a una nueva audiencia. 

Te has despedido con un buen susto, vecino. Los volcanes, ay, siempre anuncian un año sin verano.
   

No dudo que Fernando habrá pedido que lo incineren, y no me extrañaría que el viajero Lorenzo Luengo tenga el encargo de esparcir sus cenizas en el Polo Norte. 

 Gracias por tu labor, brújula que nos guiará para continuarla con mucho menos encanto y sabiduría. 

 No lloren mucho por el, sino tómense a su salud los cafés pendientes con los amigos, lean sus obras, y exclamen con el histriónico gozo electrizado de Colin Clive: "IT'S ALIVE!!!!"

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