Para los que disfrutaron de la -un tanto desquiciada- reciente adaptación al cine con Nic Cage, aquí pueden aproximarse con mucha más fidelidad -respetando el periodo en que Lovecraft la ubicó-.
Si las aisladas granjas de las montañas de ese "territorio Lovecraft" ya de por si encierran personajes y ambientes insanos, Lovecraft consigue subir la inquietud al introducir un elemento mucho más temible que un Dios Primigenio.
Un meteorito que, adelantándose muchos años a los efectos de la radiación sobre ambiente y humanos, muta de la manera más literalmente ALIENÍGENA a todo lo que tiene a su alcance.
Y ese terror supremo viene de confrontar algo que ni tan siquiera es un ser vivo. No cabe razonar con el, no cabe detenerlo, y las transformaciones letales y monstruosas se suceden, afectando finalmente a lo que nos convierte en humanos: Nuestra razón.
La disolución progresiva de la Humanidad y la realidad que la rodea por una fuerza incontestable es el terror supremo, un verdadero infierno en la Tierra del que, afortunadamente, la única salida es la muerte, que sigue siendo una liberación de esa hostilidad.
Lovecraft resume en el meteorito todas las enfermedades, penalidades, sin razones y maldad que atacan, hieren y finalmente destruyen al ser humano, quizás concluyendo que este no parece hecho para esta realidad, aún sin meteoritos que lo muten.
Solo el hecho de que la historia se incluya dentro de un flashback ofrece alguna esperanza para eventos cuyas heridas nada más que el olvido puede curar.
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