No queriendo diluir al citarlas las profundas reflexiones del autor sobre las mismas, más allá de recomendarlas para cualquier aficionado al arte o la poesía, me voy a permitir completar la reseña con las reflexiones que la lectura me ha provocado.
La fascinacion por las ruinas se hace patente a partir del Renacimiento: En el se convierten en el símbolo del descubrimiento de un mundo perdido, de una sabiduría olvidada, y de la permanencia de las misma, de ese nivel inferior, oculto, que son los cimientos de nuestro mundo actual.
Así se comprenderán también con el auge de la Arqueología, concretando en una imagen ese EGIPTO HERMÉTICO, fuente de la Sabiduría originaria.
Análogamente, vemos en ellas reflejado nuestro microcosmos: nosotros mismos somos la "ruina" que un día fue edificio, en las palabra de Tolkien, conservamos los harapos del señorío que una vez ostentamos.
Tenemos también nuestros propios cimientos y niveles ocultos, somos la punta de un iceberg arquitectónico cuyo alcance, siguiendo a Freud, nos permanece oculto.
Las ruinas nos revelan el paso del tiempo, que todo lo deshace, y a la vez la eternidad, pues aún el tiempo no ha podido destruir por completo el diseño original, que se adivina, se imagina, por los restos.
El que tuvo, retuvo.
Tras repasar los pintores románticos, los grabados oníricos de Piranesi, imagen del propio mundo y de nuestros mundos internos, concluye hablando de las ciclópeas ruinas de las ciudades de las Tierras del Sueño de Lovecraft, en donde de nuevo el edificio nos remite y conduce a un pasado remoto y olvidado, a una catábasis personal en la que tomar conciencia y enfrentar nuestros más oscuros demonios, allí encerrados.
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