Si a uno le dicen que va ir a ver una película IRANÍ Y FEMINISTA, como que mira de nuevo a ver que hay en la cartelera.
Y sin embargo, los premios de esta cinta están más que justificados.
No se crean que transcurre en cualquier sitio de Irán: un director de cine y una actriz acuden a la llamada de socorro de una joven que les envía un vídeo en el que se suicida por que su familia no le deja perseguir su sueño de ser actriz.
La niña en cuestión vive en un remoto y abandonado pueblo de pastores y agricultores en las montañas donde la vida es como sería aquí en un pueblo del siglo XVII o XIX.
Allí se nos muestra la diferencia entre la vida más o menos moderna de los cineastas y el contraste con la sociedad rural e inculta apegada a una vida tradicional y llena de prejuicios.
Como se se tratase de una película detectivesca, a los viajeros les va a costar descubrir que es lo que ha pasado en una sociedad tan hermética.
Grabada casi como si fuese un documental, los testimonios de los paisanos no tienen precio y resulta increíble ver la diferencia de esas mentalidades con la nuestra.
Pero el valor de la película es que no hace falta ir a Irán para encontrar personas que viven siglos atrás, habitan otro mundo y se rigen por supersticiones caducadas.
Por desgracia, a veces son mucho más próximos. Y la película ayuda quizás a entender sus vidas y sus razones. No se pueden pedir peras al olmo. Ni se puede imponen la civilización por decreto.
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