No podemos expresar más claramente nuestro deleite con esta cinta más que revelando que, en cuanto salimos de la sala, nos abalanzamos sobre la ficha del director, Martin McDonagh, con la intención de DEVORAR el resto de su por desgracia aún escueta filmografía.
La película ha arrasado en los Globos de Oro y no podemos decir que nos haya sorprendido o que lo haga de manera inmerecida.
Una premisa, tres actores, grandes secundarios, ENORMES DIÁLOGOS y esa magia del cine que nos hace salir de la sala comprendiendo un poco más del mundo, de la vida, de nosotros mismos, claro.
Una madre divorciada y madura cuya hija ha sido violada y asesinada, al no obtener resultados durante la investigación, decide contratar unas vallas publicitarias para increpar al Departamento de Policía de su pequeño pueblo en la figura de su Jefe, interpretado por Woody Harrelson.
Este pequeño hecho desencadenará toda suerte de efectos entre los habitantes del lugar, que pronto toman partido por uno u otro.
En Ebbing, ese pequeño pueblo del sur de Estados Unidos, resulta que los policías no son esos Caballeros Blancos de intachable moral, guiados por la mano del destino a la infalible resolución de un caso, como ocurre en la ficción policíaca.
De hecho son paletos racistas, traumatizados y acomplejados que pasan su tiempo libre apaleando negros u homosexuales.
El más tonto de ellos lee tebeos. ¡No digo más!
El director no solo retrata los peores rincones "white trash" de su país, con la consiguiente crítica al estado actual de los E.E.U.U. sino que alcanza la universalidad cuando más se adentra en las almas y motivaciones de sus protagonistas.
No solo la policía deja mucho que desear: También lo hace la propia madre de la chica violada, que lejos de ser esa inocente y pulcra víctima hambrienta de justicia que nos suelen presentar los noticieros, tiene también su parte de responsabilidad en las circunstancias que culminaron en la muerte de su hija.
O al menos cree que la tiene. No busca justicia, busca acallar su propia conciencia y sus propios fallos.
Frances McDormand sabe reflejar en cada arruga de su rostro, en cada gesto de rabia, en cada suspiro toda una vida imperfecta en un mundo imperfecto.
Quizás no haya escapatoria ya para ella, pero la muerte de su hija la impulsa a hacer algo para poder hacer del mundo un lugar mejor.
Sam Rockwell no le anda a la zaga a Harrelson a la hora de encarnar a los paisanos del lugar.
Su personaje, guiado por una invisible mano del destino -ausente en el resto del Universo- es el que más va a cambiar, evolucionar y seducir.
¡Si hay esperanza para el, la hay para todos!
La película incluye y concluye una polémica reflexión final sobre la posibilidad de tomarse la justicia por la propia mano en un mundo que no parece tenerla.
Se la toleramos al director por contribuir al debate y por que, a pesar del dramazo que se desata, no nos paramos de reír durante toda la cinta debido a su irónico y agudo punto de vista.
Vayan a verla, y salgan mejores personas de la sala.
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