Animado por la reciente exposición en la Fundación March dedicada a William Morris, me he puesto al fin a comenzar la lectura de su obra literaria, que formaba parte de la infinita lista de pendientes dado no solo su pertenencia a la Hermandad Pre-Rafaelita sino por haber sido uno de los autores más influyentes en J.R.R. Tolkien.
Y, ciertamente, el lector pronto encontrará en esta obra anillos de invisibilidad, antiguos seres mágicos que se tornan en piedra al amanecer, castillos dominados por las fuerzas del mal, forestas en las que reinan poderosos espíritus femeninos y el consabido encuentro con el propio destino, más el no menos importante final feliz.
Pero a mi juicio no son esos detalles la herencia más importante de Morris en Tolkien: El comprometido artista le antecede sobre todo en rescatar los motivos y escenarios de las antiguas novelas de caballerías artúricas y modernizarlos a la manera del cuento de hadas victoriano.
Solo hace falta contemplar el impresionante tapiz dedicado La Búsqueda del Santo Grial para entender la fascinación de Morris no solo con lo medieval y su arte sino con lo espiritual y su expresión en ese tipo de literatura.
Ese aspecto es el que queda notorio en esta novela y eso sin duda es lo que hereda Tolkien: la capacidad de expresar en términos fantásticos y medievales símbolos y búsquedas de naturaleza espiritual.
La novela narra la historia de una niña que, como tantos héroes y heroínas, de Sigfrido a Blancanieves, es raptada de pequeña y escondida en el bosque, en el que crecerá sirviendo a una arisca bruja que hace las veces de madrastra malvada.
Avecilla, ya desarrollada en su juventud, escapará a la Bruja y a los familiares contornos en los que creció no sin la ayuda de su particular hada madrina, Habundia, quien, para dar más pistas de su simbolismo interior, tiene exactamente su mismo aspecto.
Para el viaje desde su isla, inspirado en esos Imrama -viajes al Otro Mundo- célticos se convertirá en una aventura tras otra, no menos desafiante, y de carácter iniciático, como señala por ejemplo el hecho de que parta desnuda para ser luego "revestida" por otras tres doncellas -a su vez figura de la Triple Diosa- que le ayudan pero que necesitan no menos de su colaboración.
La heroína atravesará diferentes islas y castillos, cada una bajo un particular encantamiento, y como los caballeros andantes o como Parsifal, habrá de adivinar y resolver el enigma que suponen cada una de las escenas y desafíos.
Las figuras femeninas comparten protagonismo con unos caballeros que casi resultan más estereotipados y menos fascinantes que ellas, una relevancia que los Pre-Rafaelitas también resaltaron en sus obras pictóricas.
Escrito a base de breves capítulos, como las novelas de Malory de las que es heredera, la lectura se hace ligera y atrapadora, pues Morris comparte con Tolkien esa capacidad para usar la palabra adecuada en cada ocasión, y quedamos cautivados por su prosa de la misma manera en que de niños escuchábamos sin hartazgo los cuentos de hadas infantiles.
Fantasía, magia, héroes y heroínas, un mundo y un autor nuevo que esta novela nos ha convencido que merece ser explorado mucho más a fondo.
Continuaremos con el autor y como la protagonista nuestro singladura por sus escritos hasta la prometida y añorada Sarrás literaria.
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